FANTASMA


“Lo que es fantasma es la moto, no el motorista”. 

No sabe explicarme cómo muere una moto. Promete buscar en su colección de películas chinas cutres que imitan los grandes éxitos de Hollywood y ponérmela un día de estos.
Coge una botella de tequila y salimos al parking. El cielo es un cubata sin mezclar, rosa y naranja.


Cada vez que sale alguien llorando por la puerta del hospital, pegamos un trago a la botella. Si es hombre, me toca a mí. Si es mujer, le toca a él. Yo gano por goleada.
“¿Te acuerdas de aquella vez en el instituto que te enrollaste con uno que vino a dar clases de prácticas?”.
Miento. Le digo que claro que me acuerdo, que resultó ser un gilipollas, que le tuve que mandar a la mierda porque no sabía mover la lengua dentro de mi boca. En realidad no sé a quién se refiere exactamente. Se ríe. Sigue creyendo que su amor por mí era secreto.
Montamos en su moto. Mañana volveremos; total, su madre va a enterarse lo mismo si la visitamos hoy o cualquier otro día.

El cielo se pone violeta. Me gustaría saber dónde está el oeste. Allí aún debe quedar un resto de sol. Lo busco. El viento me hace cerrar los ojos. El estómago se me encoge en una curva, dejándome regusto a licor en la boca. No es el tequila. Me pego a su cuello y grito: ¡Acelera!

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